Por Cristian van Kerkhoff

Sé que internet no siempre es la fuente más confiable, pero fue por ahí, entre 2011 y 2012, mientras terminaba mi tesis de pregrado, que encontré algo que me voló la cabeza: el vínculo entre navegantes neerlandeses y mapuches desde el siglo XVI. Desde entonces, comencé una investigación obsesiva, recorriendo bibliotecas, librerías y ferias, atando cabos, encontrando pistas que no solo me aclaraban el panorama, sino que le daban un nuevo sentido a mi propia identidad.

Durante un viaje en bicicleta por la Araucanía —desde Freire hasta la costa— encontré en la biblioteca de Carahue varios libros sobre este mismo tema. Me quedaban apenas 15 minutos antes del cierre, así que fui directo a las bibliografías, anotando títulos y autores en una libreta. Uno en particular llamó mi atención: La Isla de las Palabras Rotas, de Daniel Quiroz. Ya lo había visto mencionado una y otra vez durante mis búsquedas online, como un eco persistente que finalmente tomaba forma.

Al volver a casa, revisé mi libreta llena de apuntes y decidí que tenía que encontrar ese libro. Busqué al autor y descubrí que trabajaba en la Academia de Humanidades, en avenida Recoleta. Confiado, escribí un correo a la institución preguntando dónde podía conseguir La Isla de las Palabras Rotas. Para mi sorpresa, Daniel Quiroz me respondió personalmente y me citó en su oficina. Fui en bicicleta y conversamos por unos 45 minutos sobre las travesías de los neerlandeses y su relación con los mapuches lafkenches, incluso en formas de comunicación no verbal. Me dijo que había dejado copias del libro en el Centro de Estudios Barros Arana, en la Biblioteca Nacional. Fue como abrir un portal de conocimiento: allí, además del libro, encontré más de una decena de textos complementarios.

Leí el libro en menos de una semana. Su sola portada me transportaba a un universo donde los neerlandeses habitaban la Isla Mocha desde el siglo XVI, producto de una descendencia improbable. Lo siguiente fue inevitable: necesitaba ir a la isla. Pasó más de un año hasta que en noviembre de 2014 logré tomar un bus a Tirúa y, desde allí, abordar un barco hacia la Mocha. En el trayecto conocí a Eugenio Moya, el «Tello», con quien compartí historias durante las tres horas de cruce por las frías aguas de la corriente de Humboldt.

Fue él quien llamó a su madre, la señora Laura Herrera (Q.E.P.D.), quien me recibió en su casa. Vivía con su hijo Franklin Moya (Q.E.P.D.) y por esos días estaba también su hermano, don Juan Herrera. Al tercer día les pregunté si veían la serie Los 80. Laura sonrió.

El libro fue mi guía en un territorio sagrado. Releyéndolo durante las noches, descubrí que Daniel Quiroz había entrevistado, a fines de los años 80 y principios de los 90, a don Alfredo Herrera, padre de la señora Laura. Ese dato me estremeció: yo estaba durmiendo en el mismo hogar del principal testimonio del libro que me había obsesionado, rodeado de la familia que ahí aparecía mencionada.

Los dos últimos días en la isla, me dediqué a transcribir la entrevista completa de don Alfredo para dejar una copia a sus hijos. Después del viaje, envié dos fotocopias del libro a don Juan Herrera, quien vivía en Antihuala, en la región del Biobío, con su hija.

La relectura del libro me permitió conectarme aún más con los mochanos. Pude hablar de hitos clave como el Club Olimpia, el primer vuelo que aterrizó en la isla gracias al piloto Edgar Blackburn Melin —quien previamente lanzó frutas y diarios desde el aire para anunciar su llegada—, o los mitos de la isla: la ballena blanca Mocha Dick, el bosque sagrado, Trempulcahue y las cuatro machis que se transforman en ballenas para guiar las almas hacia Amucha, la isla del renacimiento.

Quizás se pregunten qué haré con toda esta historia. Llevo más de una década recopilando información. Tal vez termine siendo una novela histórica de ficción. Espero tenerla lista antes de cumplir los 50.

Libro: La isla de las palabras rotas
Autor: Daniel Quiroz
Editorial: Centro de investigaciones Diego Barros Arana
Año de publicación: 1997