Mickey Mouse
Por Lorena Arana
Arribamos al lugar. Se bajan mi cuñada, mi madre y Consuelo. Mi hermano y yo vamos a buscar parqueadero. Regresamos caminando, entramos. Se llevan a cabo dos en simultáneo, uno al lado del otro. Asuntos del azar.
Llegamos hasta uno de ellos. Encontramos a doña Luz destruida, derrotada. Me saluda, le digo una que otra cosa. Abraza a mi hermano, llora despojándose de toda fuerza, como una olla a presión, desde los sueños que ha tenido que apagar a la fuerza en las últimas horas. Él también se nota afectado. Tiene una niña de once años, a quien ella le ha ayudado a criar. Mi madre, mi cuñada y Consuelo lucen transformadas. Mucho ha pasado por sus mentes, ojos y bocas desde que se bajaron del carro.
Saludo a los padres; adoptivos, de hecho: su tía y el esposo. La madre biológica no se encuentra en el recinto. Los siento incómodos con mi presencia. No los culpo. En ese momento, hasta la vida misma les incomoda. Paso por la sala de al lado. Otra menor, diecisiete años, leucemia. La madre es solo un cuerpo, su mente va lejos. Se halla medio muerta, falta de todo, sobre un mueble. Hablo con un par de personas. Regreso. “¿Quién es Lorena?”; me contaría, después, mi mamá que preguntaba la de doña Luz. Ese día conocí al esposo, al ex, a su tierna progenitora, hermana y cuñado. “Yo con usted gozo mucho”, me dice doña Luz, en una despiadada mezcla de risa con nostalgia, a la cual no sé cómo debo reaccionar.
Y, en medio de todo, el ataúd.
Alguien ha puesto un muñeco de Mickey Mouse encima. Doce años. No se supo bien qué fue: Algo pulmonar, infarto, Covid… Es enero. Hace un mes hacía la Primera Comunión. El Niño Dios le trajo un juego nuevo de alcoba. Ahora, ¿qué harán con él? ¿Con las preguntas insulsas, la tristeza, el desespero? ¿Con tales días poco vívidos, que quién sabe en qué parte de la memoria quedarán? ¿Con aquel ahogo que atrapa la razón, la secuestra y extrae de toda lógica? ¿Con la realidad patente, establecida en el centro del pecho, de la cual no se puede escapar? ¿Con los recuerdos entrando como metralla (o saliendo)?
Con tal locura de puntas afiladas; que, con cualquier movimiento, corta.
A la mamá de la de diecisiete le dio la pálida. La cargan entre varios.
Ese día la de doce comió piña. Después, no se supo más. La llevaron a la clínica. Doña Luz se alistaba para ir, cuando la llamaron. Era su hija, que la requería, solicitaba con urgencia, le urgía contarle que se había quedado sin nieta.