Por Guillermo Soriano.
A principios de marzo, mientras en Chile veíamos el discurso condescendiente del ministro de salud advirtiendo el incremento impetuoso de contagios por covid, el poeta santiaguino Miguel Vásquez Parada (1985) nos regalaba el primer poemario de su autoría titulado “Desperdigados”.
Desperdigados evoca honestidad. Esa honestidad que duele, que nos atemoriza. El amor no correspondido como arma de sobrevivencia en un país violento. En cada verso se desprende un aliento nostálgico de un recuerdo inconcluso, que dibuja un final en la mente del lector, del cual proyectamos nuestros propios anhelos. ¡Qué fue de mis sueños! / Los he dejado en mi almohada, / lacerando mis mañanas / Han calado el tejido de la noche. A veces / me persiguen mientras camino, mientras / atravieso el umbral de tantos años / dilapidados (En el reflejo del vagón).
Habitamos un espacio prosaico en un texto tan cotidiano como complejo. La figura paterna se presenta como un elemento fundamental que articula distintos escenarios en la vida del poeta. Desde partidos de fútbol, hasta el cuidado de un bigote, las conversaciones y diálogos que traen al padre nos hablan de un referente que en su ausencia se hace cada vez más presente. Las pérdidas involuntarias, vuelven cada vez con más fuerza a través de un recuerdo, de una palabra, de un poema. Ojalá pudiera recordar tus bromas cuando las decías porque no podías ponerte serio (3 años).
En cada página de este libro Miguel Vásquez Parada nos entrega las claves para poder sobrevivir. Para soportar la adversidad, el desamor y la injusticia. Porque para todo aquello solo necesitamos recordar. La memoria individual, se transforma en un ejercicio colectivo con el que nos vinculamos y hacemos sentido. Las vicisitudes de la vida no callarán esa voz que nos impulsa a seguir soñando y, de volver a sentir esa sensación de que nada malo puede ocurrir (Pijama de polar).
SANGRE
Sangre que parece inflamarse, torrente
espectáculo de los días
Sangre que es un volcán, despotricando
las ruinas de una ciudad atormentada
Sangre que se esparce, contrae y explota
Sangre que tu recuerdo estimula hasta el
hastío, cálido o muy frío
Sangre que la lluvia no detiene, sangre
que mana en el caótico desperdicio de
tus rechazos
Sangre que el silencio dispara, la soledad
más grande de todos los tiempos
Sangre que no conoce de balas, ni de las
burlas de tus ojos
Sangre que desarma el reino de los
cementerios plateados
Sangre que los hospitales jamás tuvieron
ni menos olieron
Sangre que suda, llora y pelea
Sangre que busca su ocaso, su nebulosa
osadía de verterse por el cuerpo
Sangre que me asfixias, mancillando la
voluntad y el orgullo
Sangre que te evaporas por los rincones
más oscuros del invierno
Sangre que te evaporas por los rincones
más oscuros del invierno
Sangre que es tuya, de mis manos y
sueños
Sangre que tus celestinos caprichosos
calentó mis mañanas
Sangre que te queda secas, ya sin mí, ya
sin ti, ya sin nada.
Desperdigados (Livroz Editorial, 2021)