Hace un par de semanas se imprimió la primera edición del texto “La Pasión y la Condena” del narrador y cronista mexicano Juan Villoro. El ensayo nos sitúa en la senda caótica y romántica que enfrenta el escritor al someterse a la página en blanco.
Por Guillermo Soriano.
El texto fue originalmente una conferencia que Villoro realizó en el marco de la inauguración del III Festival Puerto Ideas de Valparaíso. En él comienza con una cita de Henry James: Trabajamos en la oscuridad. Hacemos lo que podemos. Damos lo que tenemos. Nuestra incertidumbre es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra meta. Lo demás es la locura del arte.
Esta lógica sitúa al escritor en la posición de ejercer el oficio hacia una meta desconocida sin tener la certeza de lo que se escribe, asumiendo la escritura como un problema nacido en la vocación literaria. Al adentrarnos en la lógica del problema, podemos encontrar pistas a través de un cuento de Ricardo Piglia. El relato narra la historia de dos enfermos que comparten un cuarto y en el que uno de ellos describe las maravillas que observa a través de la ventana que tiene a su lado. Cuando el enfermo que ha escuchado las historias puede acercarse a la ventana, descubre que da a un muro.
La comodidad del ejercicio de observación a través de un escenario maravilloso habría desatado menos historias. Lo insólito germina en las situaciones más banales, en donde la creación no depende de las herramientas que tengas, sino de la manera en que las usas. Es así como el mexicano nos traslada al contexto de cada escritor. Comienza citando ahora a Juan Carlos Onetti: la literatura es una pasión, un vicio y una condena. Argumenta lo injusto que sería decir que el escritor no disfruta su trabajo, pero enfatiza que tampoco sería suponer que lo hace todo el tiempo.
Una persona en su sano juicio y en sus cabales no se somete a esas exigencias. Independiente del dominio de recursos literarios o de la vocación para escribir, se requiere de condiciones psicológicas particulares para alejarse de los otros a idear un universo paralelo. La mayoría de la gente no siente ese impulso. Aplicado al escritor de ficción, Villoro sostiene la tesis que el autor busca compensar a través de la escritura algo que no obtiene en el resto de su existencia. En este sentido quien evoca el pasado o anhela el futuro, vive en otra región mental.
La mayor parte de los escritores no escriben porque sepan algo; escriben para saberlo. El autor no transcribe su investigación, su expedición ocurre en la página en blanco sin tener una estrategia ni un mapa que lo guíe hacia rutas seguras. Y es que el escritor contribuye a configurar los símbolos y los sistemas de representación de la sociedad. Sociedad que depende de la comunicación y la conciencia sobre sí misma. ¿Qué pasa con los artistas? Se transforman en mártires de la creación. Victimas sufrientes que padecen su agonía para que otros gocen.
La mente y el mundo
Recuerdo una conversación con Roberto Bolaño en la que llegamos a la siguiente conclusión: la única prueba de que un texto estaba bien, ocurría cuando nos parecía escrito por otro. Esta repentina despersonalización permite la autonomía necesaria para que una obra respire por cuenta propia. Al mismo tiempo, nos priva de la posibilidad de sentirnos orgullosos de ella, pues su mayor virtud consiste en parecer ajena. Escribir significa suplantarse, ser una voz distinta. Por eso Rimbaud pudo decir “Yo es otro”.
La obra tiene vida propia, se resiste a ser creada y gana independencia una vez que se pone en marcha. La pasión y la condena, y a su vez, el vicio de sobrellevarlas, según señala Juan Villoro, conducen a un manejo irregular de las emociones traducidas comúnmente en la locura, en la dependencia de estímulos transitorios de la droga o el alcohol, en apoyarse en manías insólitas, en dirigirse al ostracismo o en mantenerse como una válvula de escape de un burgués convencional.
Sin embargo, aquello que nos puede parecer tan demencial, es también el método de sanación para recuperar la cordura, sobrellevar el dolor, la locura y el peso del mundo. Solo el escritor, en su mundo paralelo, en ese nutrido universo que prefirió vivir, puede elegir otro tipo de alternativa y darse de alta.