Por Guillermo Soriano.
La banda adolescente, ahora es una banda adulta. Tal como Velvet Underground a mediados de los ochentas, la última placa se tituló simplemente con sus iniciales: AM (2013) y suena también, más adulta. Acaso más despechada, melancólica y borracha. Sin duda, más sexy.
Este álbum apareció cuando me di cuenta que ya no era tan joven como pensaba. Tiempo ha pasado desde Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006). Ocho años y se notan, en ellos, y en mí, que tengo más o menos la misma edad de los integrantes. Es por eso que la noche del 11 de noviembre en el Movistar Arena fue un ritual de graduación. Ya no somos los adolescentes de siempre, ahora nos creemos el cuento. Ahora somos quienes queríamos ser.
La banda británica liderada por Alex Turner (28), volvía a Chile tras su paso por Lollapalooza 2012. Esta vez, en el marco de la gira por su nuevo disco y con una imagen renovada. Su vocalista, una mezcla entre James Dean y Johnny Cash en sus años mozos, se llevó los gritos ensordecedores de la fanaticada femenina que a ratos parecían quinceañeras gritando por algún ídolo adolescente del momento. Da lo mismo, criticar eso acentuaría la envidia que le sentimos a Turner -sí, nos encantaría vernos como él y provocar esa euforia en las féminas-.
La fiesta estaba llena. Repleta mejor dicho. Quince mil asistentes de todas las edades, fueron testigos de un concierto de primer nivel. The Hives, la banda sueca liderada por el hiperventilado Per Almqvist (36), abrió el periplo con su estridente garaje/punk, en una presentación redonda y ganándose la empatía del público, gracias al bien logrado español de su vocalista, quien dialogó tras cada canción. Se despidieron con el clásico Hate to Say I Told You So a las 20:55 mientras el recinto aún no terminaba de repletarse.
Cuando el reloj marcaba las 21:30 horas nos fuimos a negro. La masa de gente agolpada, los gritos, los empujones y la temperatura del arena que se sentía sobre los 40 grados, suponían lo obvio: los monkeys estaban en el escenario. Luces amarillas encandilantes instaladas detrás de la banda, iluminaron al público dejando ver solo las siluetas opacas de los chicos de Sheffield, mientras el beat de Do I wanna know? palpitaba en la piel de todos nosotros. Señoras y señores, el ritual había comenzado.
La noche continuó con las intensas Snap Out of It y Arabella, acompañadas por el coordinado juego de luces que le valió el carácter de ser un coprotagonista de la jornada. De fondo en el escenario, la línea de sonido que adorna la portada de AM, ahora a escala gigante en formato de luz, marcaba los tiempos de un modo punzante y psicodélico. En las pantallas gigantes, las proyecciones brindaban un elegante blanco y negro sabiamente ejecutado y acorde con la estética de la banda.
Lo que vino más adelante fue un ventanal de éxitos. Brianstorm; Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair; Dancing Shoes; Teddy Picker; Crying Lightning; No. 1 Party Anthem; Knee Socks; My Propeller; All My Own Stunts; I Bet You Look Good on the Dancefloor; Library Pictures; Why’d You Only Call Me When You’re High?; Fluorescent Adolescent y una de mis favoritas: 505 marcaron el descanso de la banda por cinco minutos.
Tras cerca de una hora y media de concierto, Arctic Monkeys volvía al escenario con otro corte del último disco, One for the Road, y el griterío que no callaba. De pronto, todo volvió a estar oscuro. Desde el cielo bajaron cuatro bolas discos que servían de espejo para los focos que apuntaban directamente a ellos. El resultado: la transformación del recinto completo en una inmensa bola disco; el escenario ideal para la cachonda I Wanna Be Yours que fue coreada por quince mil voces.
La fiesta finalizó con R U Mine? El cierre perfecto de una noche matizada por emociones y recuerdos. Pocas veces tenemos la oportunidad de asistir al concierto de una banda que se encuentra en lo más alto de su carrera. Esta vez fuimos testigos de esa experiencia. De ver a una banda madurar. De madurar con ellos.