El primer trabajo, ese anhelado por años desde que terminamos nuestros estudios (escolares, técnicos, universitarios o en cualquier área del conocimiento), nos manifiesta una disyuntiva que nos obliga a tomar una decisión que podrá cambiar nuestro ritmo de vida (de no planificar todo a planificar cada momento del día y cada acción) como también cambiar nuestro estilo de vida ( a dónde vamos, qué comemos o con quién nos juntamos).
Esta disyuntiva logra marcar un antes y un después, el término de un ciclo y el comienzo de una nueva etapa, y cómo una decisión mentalizada podrá entregar un nuevo giro a nuestra vida. Un giro que nos hace entender que creamos en nosotros mismo un nuevo rol, el rol del «yo trabajador», ese que debe tener el objetivo de su trabajo como top of mind. Que debe funcionar con distintas solicitudes, peticiones, reclamos, informes y por sobre todo, con el simple hecho de que «todo lo que hay que hacer era para ayer».
El «yo trabajador» logrará conocernos de otra manera, bajo presión e insertos en una realidad en que todos se encuentran ocupados y que necesitan de algo que nosotros podemos ayudarles a obtener. Lo que comienza a crear una relación interpersonal por interés pero que puede acrecentar esta misma y vincularla más al lado emocional, de soporte y apoyo que hacia una de mayor beneficio y necesidad por la gestión que podemos realizar.
La nueva realidad a la que nos enfrentamos cuando comenzamos a trabajar, nos pone a prueba de diversas maneras. El perder la vergüenza frente a pedir ayuda, solicitar opiniones, tomarse con seriedad la autoridad que el mismo rol demanda, desarrollar en cada momento un perfil proactivo con respecto a afrontar los problemas o tolerar, comprender y entender el por qué una persona reacciona de determinada forma.
Lo mencionado anteriormente, se vinculaba directamente con la visión de tomar este cambio de vida con respecto al mundo laboral como una forma de crecer, mejorar e integrar a nuestra realidad nuevas facultades de nosotros mismos. Pero también es necesario mencionar el aspecto en la cual el mundo laboral lleva a postergar situaciones que antes nos eran normales, acciones que frecuentábamos o pasatiempos en las cuales podíamos entregarle un sentido a la vida.
En dónde quedó el tiempo libre en que podíamos pasear por el Parque Forestal, entrar al Museo Bellas Artes o al MAC, almorzar en algún lugar bueno, bonito y barato y luego internarnos en el cerro Santa Lucía a realizar un picnic o ir al jardín japonés del Cerro San Cristóbal y finalizar la tarde en toda la bohemia de Bellavista. O ¿por qué no, irse unos días a la playa o llenarse los pulmones con el aire del sur?
El plantearnos estas preguntas no debe desmotivarnos ni menos hacernos pensar en renunciar o no buscar trabajo por el hecho de dejar de lado el tiempo libre si es que conseguimos el desafío de probarnos a nosotros mismo en un mundo laboral lleno de requerimientos. Frente a estas preguntas, debemos afrontar la vida de otra forma, aprovechar cada momento, variar en la rutina como lo es caminar hacia el trabajo o caminar después del trabajo, observar el entorno mientras otros están en el «taco», detenerse a mirar el horizonte y dejar que la mente vuele o apreciar la cordillera nevada gracias al invierno que próximamente nos visita.
«Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego», buscar siempre, observar, abrir la mente y dejar que las sensaciones, sentimientos y emociones invadan nuestro cuerpo, mente y alma, sembrará el camino para que las respuestas a las preguntas que rondan nuestra cabeza puedan comenzar a tener y a hacernos sentido.
Postergarse o crecer, he ahí la decisión a tomar. Sólo digo: Carpe Diem.