La revolución de los rotos: una lectura de Los siete locos de Roberto Arlt

Por Guillermo Soriano

Si Roberto Arlt hubiese nacido en esta época, quizás lo hubiéramos visto en alguna esquina de TikTok lanzando monólogos febriles contra el sistema. Porque si algo tiene Los siete locos, además de personajes que parecen salidos de una pesadilla expresionista, es una actualidad que incomoda. O mejor dicho, que arde.

La novela, publicada en 1929, sigue los pasos de Remo Erdosain, un tipo que, tras ser acusado de robarle plata a su empleador, cae en una especie de descenso por los suburbios físicos y morales de Buenos Aires. Endeudado, abandonado por su esposa, y con la lucidez emocional de una rata arrinconada, Erdosain es uno de los tantos antihéroes de Arlt: un hombre humillado por la vida que, sin embargo, no deja de preguntarse por el sentido de todo este absurdo. Su salvación —si es que cabe el término— llega en forma de invitación: un proyecto revolucionario, a cargo de un personaje aún más desquiciado que él, el Astrólogo, que sueña con fundar una sociedad secreta para derrocar el orden establecido. ¿Cómo? A través de burdeles, fábricas de veneno y mensajes mesiánicos. La revolución, al parecer, se hace con lo que hay.

Y es ahí donde Arlt nos gana. Porque no se trata simplemente de una novela con tintes de locura, sino de un retrato brutal del desamparo, de la mediocridad estructural, de una clase media que no encuentra su lugar ni arriba ni abajo, y que empieza a coquetear con la violencia como única forma de existencia. En ese sentido, Los siete locos es un espejo sucio pero necesario. Hay algo profético en la manera en que Arlt entiende el germen de las catástrofes sociales: no vienen de ideologías sólidas, sino de almas quebradas que un día deciden prender fuego a todo.

Arlt no escribe con la elegancia de Borges. Es torpe, a veces desprolijo, pero visceralmente honesto. Y en esa honestidad se construye una voz literaria que no busca complacer al lector, sino sacudirlo. Los diálogos son filosos, las reflexiones oscuras, los personajes ridículos pero trágicos. Cada página es un zarpazo.

Los siete locos no es un libro fácil, pero es un libro urgente. Nos habla de un país roto desde la cabeza, de una modernidad que prometía progreso pero entregó alienación, y de individuos que, incapaces de comprender el sistema, deciden fundar el suyo propio. Uno donde el fracaso es la norma y la locura, un método.

Y después nos preguntamos por qué Arlt sigue siendo tan incómodamente actual.

Publicación anterior

Crítica literaria: Triste, solitario y final, de Osvaldo Soriano

Más reciente en esta categoría