“Espero que terminé el torneo para irme de acá”. Así fueron las palabras de Emilio Rentería, futbolista profesional nacido en Venezuela. Hoy se ha sabido de su existencia. Es delantero, juega en San Marcos de Arica, club de la Primera División.
Por Rolo Medina
A muchos el fútbol les importa un bledo. El afán comercial y el negocio vinculado a la FIFA han asesinado para muchos, el espíritu del deporte. Hasta ahí nada nuevo ni relevante. Pero si te digo que el futbolista que enunció las palabras es un jugador de otra etnia, y que en dos partidos seguidos ha recibido insultos racistas, la cosa cambia un poco. Este país se ha convertido en una oportunidad para miles de personas que viajan desde países geográficamente cercanos, y de otros no tanto. Lejos de ofrecer condiciones laborales dignas para los nacidos acá, imaginarse (o vivenciar) las muestras diarias de discriminación que sufren peruanos, colombianos o ecuatorianos en Chile es un ejercicio simple pero necesario.
¿Por qué no conmueve o exaspera al hincha de un fútbol mediocre, el griterío rebuznante, desfachatado y chovinista, admirador de una pseuda superioridad nacional? ¿Por qué los espectadores no detuvieron a la persona que insultó a Rentería? ¿Por qué la señora que encuentra simpático como hablan o bailan, no puede detener la mirada sobre el hombro en una fila del supermercado? ¿Qué es necesario para que cada vez que se juegue un partido no se silbe el himno de la selección visitante? Podrán venir sanciones contra los equipos. Multas económicas, partidos sin público. El problema es más profundo.
Me niego a pensar que la carencia de un sistema de educación gratuito, público y de calidad pueda ser la causa única del racismo y de la xenofobia tan explícita en el comportamiento de algunos chilenos. Si revisas la portada o los artículos de un pasquín escrito en un lenguaje coloquialmente lleno de chilenismos como La Cuarta del grupo COPESA, es bastante común bajo el pretexto de un “humor” cómplice, los adjetivos y motes vertidos en sus páginas. “Monitos” “cholos” y “paitocos” son algunos de los términos que ha usado dicho diario históricamente. El famoso “Diario Popular” no es sino un reflejo a la mano del lenguaje que se utiliza para referirnos al otro, para diferenciarnos de lo distinto. Hay cierto desprecio velado, cierto indulgente menosprecio que si lo denunciamos sería majadero y nos dirían graves o densos.
La identidad del chileno es así; Ladina, doble estándar, y que muchas veces es incapaz de decir las cosas en la cara. La hipocresía criolla como sello. Advirtamos un ejemplo cliché. Un grupo de jornales u obreros de la construcción en sus horas libres o descansando post almuerzo, piropean a mujeres que van solas. Pueden silbar o gritarle cosas desde las alturas, pero cuando están solos pocos se atreven a decir algo, y hacer del acoso callejero algo más que una execrable violencia de género cotidiana. Es la seguridad de la manada lo que los aleona.
La misma manada enajenada que detuvo a un joven delincuente doméstico. Le sacaron la cresta, lo desnudaron parcialmente, y amarraron con papel alusa a un poste. La víctima del intento de robo fue una persona de edad, un abuelo, según reportaron los testigos a los medios de comunicación. El ladrón, un joven sin antecedentes y claramente sin mucha experiencia, que pagó como chivo expiatorio. En un acto repudiable por la violencia que conlleva la exposición y por ende, la humillación pública de un ser humano que cometió un delito. No señores, no es justificable.
Es vejatorio y lesivo no sólo para el tipo que no está de más decirlo, es el último eslabón delgado del nivel de desigualdad imperante en nuestra sociedad. Además es un indicativo del grado de alienación en la que vivimos. Mientras los “honorables” suben sus sueldos por un monto que equivale a dos sueldos mínimos en Chile. Mientras los delincuentes que estafaron en La Polar jamás verán una celda, mientras los torturadores siguen sumando condenas, “abatidos” en sus centros de recreación o en sus libertades vigiladas, entre mesas de ping pong, quinchos para asados y televisores con cable. Mientras los pescadores artesanales de Quintero siguen desamparados luego del derrame de más de 50 mil litros de petróleo, y los responsables, por supuesto, libres.
Mientras los dueños de farmacias coludidas siguen cobrando precios elevados. Mientras una diputada de la UDI, sí, la misma organización ideada por Jaime Guzmán, inventa un hecho para defender argumentos simplones en el contexto de un show mediático en el que se interpela a un ministro. En un país donde la gente marcha, (como vimos sin mucha idea del porqué marchan) para defender la libertad de hacer negocios con un derecho hoy por hoy conculcado, como lo es la educación. Sí, leyó bien. Para que el apartheid educacional continúe y no se mezclen los niños bien con los de la chusma inconsciente. Bueno así está Chile, sin aprender demasiado.