Luego de La vida privada de los árboles (Anagrama, 2007), el escritor nacional Alejandro Zambra vuelve a la escena literaria con Formas de volver a casa (Anagrama, 2011), presentando al Chile de los ochenta desde la perspectiva despolitizada de la clase media.
Por Guillermo Soriano
Se retratan historias de personajes que sufrieron la cara más horrible de la dictadura. Los relatos de persecuciones, de atentados, torturas, son escuchados desde la perspectiva de un personaje que no vivió nada de eso. Que no tuvo familiares en campos de concentración ni tuvo que vivir en el exilio. Sólo escuchaba con curiosidad y a veces con envidia a quienes sí tenían algo que contar. En este sentido, el protagonista pareciera no hacerse cargo de lo que pasaba en ese entonces. Pero a la vez, no le correspondía. Era un niño.
Su familia simbolizaba la de muchas otras, quienes no pertenecían a ningún bando en específico. Lo cual, en tiempos de polaridad extrema, era algo muy mal visto por quienes si adoptaban una postura. Esto es, quizás, lo que simboliza a este tipo de familias. A las de clase media. El caracterizarse por no militar a un bando político. No por ser reconocidas con cierto sector ideológico. Sino por el hecho de ser actores dentro de una obra a la cual no son protagonistas.
Sus prioridades son otras, y con ellas, generan un discurso distinto al de otras clases sociales. Ligada a las aspiraciones, a los sueños, a los lazos familiares y al complejo vínculo entre sus partes. Al estar en constante revisión con el pasado con el fin de poder construir una identidad. Con los recuerdos. Y en definitiva, con la nostalgia. Como si para avalar el presente se necesitara el hecho de recordar sobre lo que se ha vivido o sentido en algún punto específico de la vida. “Me asombra la facilidad con que olvidamos lo que sentíamos, lo que queríamos. La rapidez con que asumimos que ahora deseamos o sentimos algo distinto. Y a la vez queremos reírnos con las mismas bromas. Queremos, creemos ser de nuevo los niños bendecidos por la penumbra” (pág. 62).
[pullquote]Esto es, quizás, lo que simboliza a este tipo de familias. A las de clase media. El caracterizarse por no militar a un bando político. No por ser reconocidas con cierto sector ideológico. Sino por el hecho de ser actores dentro de una obra a la cual no son protagonistas[/pullquote]
Las familias van funcionando bajo lógicas preestablecidas. El libro deja claro que los padres omiten aquello que pudieran creer perjudicial que el hijo supiera. Y cómo no, con lo que estaba ocurriendo en plena dictadura. De esta forma se funda una relación en la que los padres no dan mayores explicaciones a sus hijos, más que la de tener que obedecer sin derecho a réplicas. “Come y calla” como se escribe en un párrafo en que el protagonista pregunta sobre un plato de comida que a su parecer no se veía muy bien.
Esto provocó que el protagonista no se percatara cómo eran realmente sus padres. Que se extrañara o asombrara del hecho de ir descubriendo actitudes, gestos o palabras de quienes lo habían criado. Es ese distanciamiento padres-hijos el que se asemeja con lo que estaba pasando en los ochenta. El sobrellevar un Estado paternalista, que dicta las normas y la forma de vivir. Sin derecho a réplicas y ocultando historias. Es el mismo misterio que llamó la atención del protagonista cuando conoció a Claudia. Ella arrastraba una historia. Contaba con un discurso, el que sólo a ratos dejaba entrever. Con ella había una misión. Tenía que ser informante de ella con alguien que hacía lo mismo para otras personas.
La relación con Claudia se ve como uno de los motivos principales a los que el protagonista decide escribir un libro, “a veces pienso que escribo este libro solamente para recordar esas conversaciones”(pág. 14), refiriéndose a las pláticas que tenían cuando niños. Ya para su reencuentro, en edad adulta, construyen su relación bajo la misma lógica con la que se relacionan los demás personajes.Que es sobre la base de recuerdos y tratando de descubrir puntos de encuentro que les ayuden a instaurar una armonía en el devenir de sus vidas.
El relato se divide entre la historia que el narrador quiere contar y lo que le va ocurriendo cuando trata de hacerlo. Fragmentos de recuerdos que intentan detallar un pasado que pareciera cada vez más difuso.Al final, se nos muestra el difícil proceso creativo de escritura, que tal vez, con el pasar del tiempo se fue alejando de aquello que motivó a escribir la obra. “Alejo y acerco al narrador. Y no avanzo. No voy a avanzar. Cambio de escenarios. Borro. Borro muchísimo. Veinte, treinta páginas. Me olvido de este libro. Me emborracho de a poco, me quedo dormido. Y luego al despertar, escribo versos y descubro que eso era todo: recordar las imágenes en plenitud, sin composiciones de lugar, sin mayores escenarios” (pág. 161).